Heladas de finales de otoño.
La recta final del otoño de este año, se ha caracterizado por unos cielos radiantes, con mucho sol, sequía y, por las noches, heladas. Los tejados, los campos, la huerta, amanecían cubiertos de la correspondiente capa de hielo.
La hierba de los prados, antes verde jugoso después de las primeras, y únicas, lluvias del otoño, ahora, después de estos fríos, aparece parda, agostada por el hielo.
Algunas plantas de hojas carnosas como el gordolobo (Verbascum thapsus), al congelarse adquieren una consistencia quebradiza pero, si no se las toca, recuperan su ser natural cuando las temperaturas suben lo suficiente.
Lo mismo ocurre con la mayoría de las plantas de hoja ancha de la huerta. No hay que tocarlas, el sol hará su trabajo y se recuperarán por sí solas.
Dejando aparte los aspectos negativos de las heladas, lo cierto es que, después de una noche bajo cero, al amanecer se pueden contemplar bellas imágenes de los efectos del hielo sobre los campos.
Estructuras vegetales humildes, como una simple espiga ya agostada y de un color terroso, pardo, se cubren de cristales de hielo y aparecen luminosas, brillantes, como con vestido de fiesta.
Otras, como el jaramago amarillo, paniquesito o chichipán le llamamos por aquí, abundante en los campos por estas fechas, parecen cubiertas de azúcar, escarchadas, para recuperarse sin problemas a media mañana.
A la malva tampoco le importan los hielos, poco a poco se descongelará y, como nueva.
Florecillas silvestres secas ya sin la lozanía propia de la época vegetativa, toman aspecto de adorno navideño de brillo efímero.
Incluso el humilde hinojo, ya seco y quebradizo, se nos antoja filigrana de plata.
Muchos de los árboles y arbustos de nuestras huertas y jardines necesitan periodos de frío en invierno para despertar en primavera de su latencia y florecer y fructificar con fuerza y abundancia. El frío, además, mata muchos parásitos invernantes. El avellano es uno de ellos.
Poco a poco, el sol va subiendo, la temperatura aumenta muy lentamente. La vida renace, los pájaros, aprovechándose de su capacidad de volar, se posan en lo alto de los árboles para tomar un primer baño de sol que les ayude a desentumecerse para iniciar sus andanzas diurnas. Así, el alcaudón real (Lanius excubitur) que, además aprovecha la percha como oteadero para lanzarse raudo y veloz sobre algún incauto animalillo con el que tomar su desayuno.
La tórtola turca (Streptopelia decaocto) ahueca sus plumas al sol para calentarse.
Una abubilla (Upupa epops), a lo lejos, hace brillar el dorado de su pechuga en lo alto del viejo olmo.
Los estorninos negros (Sturnus vulgaris) ensayan sus capacidades vocales haciendo gala de diversas imitaciones de los cantos de otros pájaros.
Las urracas (Pica pica) lo hacen en grupo, montando la algarabía que les caracteriza.
Los rayos del sol atraviesan las hojas de este rosal trepador asilvestrado devolviendo a la vida las pocas hojas que le quedan.
Y, poquito a poquito, muy lentamente, los cristales de hielo se van derritiendo convirtiéndose en preciosas gotitas de agua que contribuirán a aumentar la humedad del suelo.
(Todas las fotografías son originales de Rafael Rodríguez).